Hoy me paso algo interesante, le llamo interesante porque me
permitió darme cuenta de algo que si bien puede entenderse que ha sucedido más
de una vez no lo había notado, quizá se estaba dando de manera tácita.
Siempre me he jactado de decir que no me importa lo que piense la gente ni de mí, ni de
lo que hago (salvo la gente muy cercana y que me aprecia), sin embargo, hoy me
di cuenta que quizá me ha importado más de lo que imaginaba. Hoy mientras
contaba la manera en la que estaba intentando sortear un problema, esperaba que alguien me diera su consentimiento
por haber hecho eso -ese algo que me beneficiaba a mí, solo a mí- me sentí
expuesta cuando alguien reprobó la manera en la cual había yo intentado
resolver las cosas. En ese momento me di cuenta que realmente estaba yo en un vaivén
de sentimientos encontrados y me descubrí esperando que alguien me dijera que
no hiciera caso, que lo que yo había hecho estaba bien, pero no ocurrió y
cuando finalizó esa charla (si es que se le puede llamar así), me quedé con un
hueco en la boca del estómago que me hizo pensar en por qué tenía que estar esperando que
alguien aprobará mis hechos. Al final ya había hecho las cosas y medianamente
obtenido una solución a mi problema. Entonces ¿Por qué me sentía así? Si muy en
el fondo sabía que la decisión tomada me satisfacía.
Cada
quien es responsable de sus actos y cada quien tendrá que enfrentar las consecuencias
de ello, al final, si mi solución no va a ponerle fin a mi problema y resultara
en un rotundo fracaso (lo que espero fervientemente que no suceda), sería solo
mi responsabilidad y tendría que seguirlo intentando con las secuelas que eso
conlleva.
No
aferramos a las cosas, nos enganchamos y dependemos de las personas más allá de
lo que quisiéramos, cosa que no debería. Deberíamos manejarnos con bandera de confianza,
analizando nuestras decisiones y sabiendo que lo que decidimos estará correcto,
tan solo porque lo decidimos ¿Y si acaso fracasará? Pues con entereza reconocerlo y buscar el camino correcto para tener
éxito en nuestros objetivos. Yo creo que
perder la confianza en uno es una de las peores traiciones contra nosotros
mismos. Porque más allá de tener a nuestro lado a las personas que nos aman o
nos aprecian, nosotros somos , y seremos siempre, nuestros insumos y nuestra
mano de obra para sacar adelante todo lo que nos propongamos.
Hoy por ello me desahogo con este post a manera
de llamada de atención para mí misma, para que me concentre en lo que sé hacer
y confíe en mí sin importar lo que digan los demás.